Falla: "Todos estamos manchados por el genocidio"
Un sábado como cualquier otro, las calles del municipio de Santa María Chiquimula, en Totonicapán, amanecían sin mucho movimiento, tranquilas… En su parroquia municipal, donde vive, nos recibe Ricardo Falla, el sacerdote jesuita, antropólogo, autor de varios libros y ponencias y uno de los mayores expertos, en especial por sus vivencias, en el tema del conflicto armado interno de Guatemala. Está sonriente, de muy buen humor y viste una chumpa típica, con caites… En definitiva, una vestimenta algo desenfadada que contrasta con la solemnidad del lugar.
Por Shirley Monzón para Plaza Pública
El atrio de la iglesia se encontraba vacío, parecía no tener actividad alguna; sin embargo, en su interior se veía a una mujer joven, que impartía una charla sobre el proceso electoral a un grupo de entre 15 y 20 personas —hombres en su mayoría— que escuchaban, atentos y en silencio, lo que la mujer les decía en idioma k'iche'. En el patio interno, el ambiente era muy diferente: estaba lleno de personas —sobre todo mujeres—, algunas cocinaban alegres y otras rezaban. En unos cuartos, que parecían ser aulas, niños y jóvenes recibían clases de catequesis.
Un sacerdote bastante joven hacía sonar una campana, como indicando que debían cambiar de aula y él mismo llevaba a los alumnos de una clase a otra.
Un sacerdote bastante joven hacía sonar una campana, como indicando que debían cambiar de aula y él mismo llevaba a los alumnos de una clase a otra.
—“¿Se te ofrece algo?” —preguntó, curioso.
Últimamente no es extraño que Ricardo Falla tenga visitas de periodistas, pues hace unos meses publicó el libro Negreaba de zopilotes, en donde el autor estudia en profundidad lo que pasó en una de las mayores masacres, por el número de muertes, llevada a cabo en Guatemala, en la Finca San Francisco, Nentón, Huehuetenango, en el año 1982. Una comunidad chuj que siempre fue víctima de constantes despojos y abusos. Por ejemplo, antes de la masacre, muchas de sus caballerías fueron repartidas a personas como el alemán Gustavo Kanter o al coronel Porfirio Aguilar.
Últimamente no es extraño que Ricardo Falla tenga visitas de periodistas, pues hace unos meses publicó el libro Negreaba de zopilotes, en donde el autor estudia en profundidad lo que pasó en una de las mayores masacres, por el número de muertes, llevada a cabo en Guatemala, en la Finca San Francisco, Nentón, Huehuetenango, en el año 1982. Una comunidad chuj que siempre fue víctima de constantes despojos y abusos. Por ejemplo, antes de la masacre, muchas de sus caballerías fueron repartidas a personas como el alemán Gustavo Kanter o al coronel Porfirio Aguilar.
Falla tenía una cuestión que le obsesionaba desde hacía tiempo: “¿Consiguió la masacre terminar con la aldea?”. Quería conocer si las fuerzas de la muerte podían acabar por completo con la vida. Su conclusión final, después de hablar con los sobrevivientes nada más ocurrir los hechos y 20 años después, es que la lucha por la vida prevalece a pesar de la masacre, el exilio y el actual estado de abandono en el que viven. “La vida y la inteligencia siempre escapan”, añade.
Otro de los objetivos del libro es que no caiga en el olvido este hecho, sobre todo, entre la generación joven, ya que aunque hay algunos que saben la historia, muchos otros no han querido indagar en ella y poco a poco se está perdiendo en la memoria de los que la vivieron y sufrieron.
Por eso, quiere también dedicarles este libro a las nuevas generaciones.
Está claro, por lo tanto, que para él no tiene mucho sentido el discurso de que las masacres deben dejarse en el olvido y no contarse, porque se siembran odio en los jóvenes. Y él lo ratifica:
—Para mí, eso no tiene razón de ser, comprendo por qué lo dicen; pero no solo no es correcto, sino que no es útil para buscar la reconciliación, la salud y la superación de esa etapa que va quedar trabada como una espina en la garganta, si no la sabemos asumir…
Por eso, yo he escrito este último libro —Negreaba de zopilotes— y escribí antes el libro Masacres de la selva, porque estas cosas estaban enterradas, no se podían hablar. Existía miedo. Sólo hablar implicaba estar a favor de la guerrilla. Pero deberíamos hacer un análisis de las dos partes; no solo criticar a la guerrilla y decir que mató al embajador de Alemania y que secuestró… También analizar lo que ha hecho el ejército; porque las atrocidades que cometió el ejército son de mayor dimensión. Según la Comisión de Esclarecimiento Histórico, el 93% de las masacres las cometió el ejército, el 3% la guerrilla y el otro 4% no se distinguen de forma clara. Evidentemente, la guerrilla cometió violaciones de los derechos humanos, pero no era Estado entonces y no usó el poder de la nación.
¿Cuál es el mejor camino para buscar la reconciliación y el diálogo en Guatemala?
Todos estamos manchados por el genocidio, ya sea por omisión o de una u otra forma, incluso los mismos pueblos indígenas, pues no solo fueron víctimas, también actuaron y esta responsabilidad es la que hace falta examinar aún.
Pero el camino para la reconciliación es la verdad. Claro que a pesar de que todos tenemos que ver en el genocidio, hay que distinguir la responsabilidad institucional y la cadena de mando. Ahora está preso un general que fue el que firmó el Plan Sofía, pero la responsabilidad la tienen otros más arriba de la cadena de mando.
¿Cómo le comenzaron a interesar las comunidades indígenas en resistencia?
Los jesuitas sufrimos una transformación interna e institucional, que causó problemas dentro de la misma Compañía de Jesús. Eso fue por las diferentes experiencias que nosotros vivimos. Pero no solo en Guatemala. Por ejemplo, a mí me influyó mucho ir a estudiar teología a Innsbruck, Austria, en los años sesenta. Allí había muchos obreros inmigrantes españoles que llegaban principalmente a construir carreteras; entonces, me puse a trabajar con ellos. Yo no estaba acostumbrado a las ampollas, pero eran jornadas de trabajo de diez horas diarias, y eso me cambió. Después, volví a Guatemala y estudié antropología. Me di cuenta de que si quieres ser un buen antropólogo tienes que ensuciarte los zapatos e ir a vivir con la gente.
Mi tesis la hice en San Antonio Ilotenango, que está al lado de Santa María Chiquimula. Ahí conocí a los k'iche's de carne y hueso, a los verdaderos. No a los k'iche's del Popol Vuh o los de las piedras o de las estelas. Todo eso me hizo involucrarme no solo a mí, sino también a otros.
Vivíamos en Guatemala, nos habíamos salido de la Universidad Rafael Landívar para irnos a vivir a la zona 5, por eso nos llamaban: “la comunidad de la zona 5”. Entre los jesuitas que vivíamos ahí, había algunos más jóvenes que se metieron a trabajar en la organización del campesinado indígena. De esa residencia nació el Comité de Unidad Campesina. Los miembros del CUC no eran jesuitas, eran indígenas k'iche's o kaqchikeles, pero algunos de los que estaban con nosotros tuvieron la idea y entonces, se juntaron las pitas y los líderes para que eso tuviera fuerza y se formara. Ya era el año 76, después del terremoto. Después, se vinculó con la guerrilla.
Esta organización, ¿no nació vinculada a la guerrilla?
Con el tiempo los espacios abiertos se fueron cerrando y la misma gente empezó a pensar que no había otra alternativa que no fuera la lucha armada, entonces el CUC se fue militarizando.
En ese momento, la situación de los jesuitas empezó a ser más problemática. Algunos de nosotros, como yo, nos fuimos a ayudar a Nicaragua, en 1979, donde la revolución sandinista había triunfado y nos quedamos allá un tiempo, porque no podíamos regresar sobre todo después de la quema de la embajada de España, en 1980, o si regresábamos era con mucho peligro… Al final, decidimos regresar de forma clandestina, pero no como guerrilleros.
Muchas veces se le ha vinculado con la guerrilla. Incluso un ministro de defensa le acusó de ser militante ¿Fue por la cercanía que tenían con el movimiento o llegaron a participar?
Nosotros quisimos ayudar pastoralmente a las personas que habían huido de las masacres y que se encontraban escondidas en la montaña, porque tenían ese derecho, así como también tenían derecho a la atención de un médico o a medicinas. Ellos se llamaban a sí mismos Comunidades de Población en Resistencia, CPR, y aunque tenían relación con la guerrilla, estaban en campamentos distintos. En las CPR había iglesia y un oratorio; pero en los campamentos guerrilleros no había, porque no tenían identidad religiosa. No eran como el IRA de Irlanda, por ejemplo. Allí estuve unos seis años, en dos períodos, y todo esto está descrito en mi libroHistoria de un gran amor.
En una entrevista con Plaza Pública, Otto Pérez Molina aseguró que no se había cometido genocidio durante el conflicto armado interno. ¿Qué opina usted de esta declaración?
El problema es que cuando se habla de genocidio se está pensando en lo que cometieron los nazis. Pero este genocidio no es igual al de Yugoslavia o al de Ruanda, ni al de Guatemala. Aquí, creo que tiene razón Otto Pérez Molina cuando afirma que el ejército nunca quiso matar a todos los indígenas. Según él dice: “Si esa orden me la hubieran dado, no la habría cumplido”. ¿Y por qué nunca quiso el Estado eso? Porque el Estado es la representación de la sociedad civil y dentro de esa sociedad civil están los finqueros, los industriales… entonces, ¿cómo va querer el Estado, si representa a la sociedad civil, matar a su mano de obra? No la puede matar… Otra cosa es que muchos de los que sufrieron las masacres al ver cómo se les atacaba pensaron eso. Pero no fue como hizo Hitler, que quiso acabar con los judíos en Alemania, en Polonia y donde se encontraran. Así que no todo genocidio es igual.
¿Qué clase de genocidio fue el de Guatemala?
Es que ni Otto Pérez Molina ni yo somos juristas y para tener una opinión profesional sobre genocidio requeriríamos la de un jurista.
Lo que yo creo es que en Guatemala el genocidio fue por aldeas. Destruyeron a toda la aldea, a todo el grupo, pero no a todos los indígenas. Fueron 626 masacres. Iban a las aldeas que, según el ejército, apoyaban a la guerrilla y eran estratégicas militarmente. Sólo hubo una única masacre masiva, la de Dos Erres, que no fue a indígenas sino a mestizos.
Otra prueba de genocidio es la crueldad. Los militares consideraban a los indígenas como personas inferiores. Les decían: “Si ustedes no se someten a nosotros, si no abandonan la guerrilla, los vamos a acabar hasta la semilla”. Ahí se ve la intención genocida, acabar una población hasta la semilla es herir al género humano. Entonces, decir que no hubo genocidio desde el punto de vista de las matanzas es, como han dicho algunos, buscarle dificultades a la definición y no fijarse en la cantidad de personas que murieron.
Después de las masacres, el ejército quería controlar a toda esa población dispersa y alejarla del control de la guerrilla, pero ¿y cómo lo hizo? Dijeron: “O te entregás o te matamos”. El Estado no puede forzar a que alguien se entregue a su control, porque si no lo van a matar. Si huías te mataban, pero si te entregabas entonces te evacuaban y te sacaban de la montaña y te llevaban por ejemplo a Nebaj y después te pasaban a una aldea modelo y muchas veces, torturaban porque consideraban que se habían rendido, pero no eran sinceros y que podían ser unas antenas de la guerrilla.
Buscaban que la gente se rindiera a través de las amenazas y del miedo.
Pero, también, utilizaban el hambre y las privaciones para provocar muertes. Según el Plan Sofía, el ejército llegaba a las cuevas en la montaña, donde la gente tenía escondido su maíz, sus ollas, sus molinos, su ropa y destruían todo. Ellos pretendían someter al grupo a extremas condiciones como el hambre, el frío, la lluvia, la desnudez o el miedo, con el objetivo de acarrear su destrucción física total o parcial. Eso entra en lo que se llama “sometimiento intencional”, según la definición de la ONU de genocidio. Es otra forma de genocidio por privaciones. Según la Comisión de Esclarecimiento Histórico, murieron alrededor de mil 933 personas por desplazamiento, de las cuales 451 eran niños.
¿Participó Otto Pérez Molina en las masacres?
En el Plan Sofía es donde se evidencia la participación de Otto Pérez Molina no dentro de este plan, sino en la Fuerza de Tarea Gumarcaj, que estaba en Nebaj, antes de que llegaran los paracaidistas del Plan Sofía. Pero él combatió, es decir, no fue un oficial que se quedara en la oficina. No digo que a Otto Pérez le salga la sangre por los colmillos o que sea un hombre instintivamente cruel o desfasado, sino que es una persona que siguió una política de Estado, que en ese período ejercía una política genocida.
¿Qué opina de las elecciones y del panorama político nacional en la actualidad?
El problema está en si las personas institucionalmente acostumbradas a controlar a la población de esta forma son capaces de gobernar de manera democrática. La campaña política es una lucha por el control de la población y del territorio, no lo hacen con balas, utilizan el dinero, los medios de comunicación, el engaño, prometen lo que no pueden cumplir…
Vida y obra:
-Ricardo Falla nació en la ciudad capital en 1932.
-Estudió en el Colegio de Infantes, hoy Liceo Guatemala.
-Después, su padre quiso mandarle al College, en la universidad de Georgetown, en los Estados Unidos; porque “no quería que entrara al noviciado sin que viera antes un poco de mundo”.
-A los 19 años ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús.
-Y después, en la Universidad de Texas, se especializó en su otra pasión: la antropología.
-Su última obra se llama Negreaba de zopilotes.
-Estudió en el Colegio de Infantes, hoy Liceo Guatemala.
-Después, su padre quiso mandarle al College, en la universidad de Georgetown, en los Estados Unidos; porque “no quería que entrara al noviciado sin que viera antes un poco de mundo”.
-A los 19 años ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús.
-Y después, en la Universidad de Texas, se especializó en su otra pasión: la antropología.
-Su última obra se llama Negreaba de zopilotes.